domingo, 14 de dezembro de 2008

El Amor es una cosa extraña, tan misteriosa como sublime; tán capaz de bañar nuestro rostro entre las rosadas nubes del atardecer, como de hundir nuestro espíritu en la miseria más abyecta y desolada.

El Amor nos arrebata, nos abstrae de toda reflexión, nos eleva por encima de todas las virtudes filosóficas de las que tanto nos enorgullecemos. Pero el dolor es distinto, al contrario que el amor, su copa se bebe lentamente. Mientras que el éxtasis de la pasión arrolla nuestros sentidos, consumiendo cualquier otra actividad en la contemplación absorta del ser amado, la pena y la desdicha nos arropan entre sus lívidos dedos; haciendo que cada segundo se convierta en una sutil tortura.


Corazón Roto.

John Donne.

Demente está quien afirma
haber estado una hora enamorado,
mas no es que el amor así se desvanezca,
sino que, de hecho, en menos tiempo os puede devorar.
¿Quién osará creerme si juro
haber sufrido un año de esta plaga?
¿Quién no se reiría de mí si yo dijera
que vi arder todo un día la pólvora de un frasco?

¡Ay, qué insignificante el corazón,
si llega a caer en manos del amor!
Cualquier otro pesar deja sitio
a otros pesares, y para sí reclama sólo una parte.
Vienen hasta nosotros, pero a nosotros el Amor arrastra,
y, sin masticar, nos absorbe.
Por él, como por el infame hierro, tropas enteras caen.
Él es el esturión tirano; nuestros corazones, la morralla.

Si así no fue, ¿qué le sucedió
a mi corazón cuando te vi?
A la alcoba traje un corazón,
pero de ella emergí vacío, desolado.
Si contigo hubiera ido, sé
que a tu corazón el mío le habría enseñado
la compasión.
Pero, ¡ay!, Amor, de una herida lacerante la felicidad
se ha quebrado.

Más la Nada en Nada puede convertirse,
ni sitio alguno puede del todo vaciarse,
así, pues, pienso que aún posee mi pecho todos
esos fragmentos, aunque no estén reunidos.
Y ahora, como los espejos rotos muestran
cientos de rostros más menudos, así
los añicos de mi corazón pueden sentir agrado,
deseo y adoración,
pero después de tal Amor, jamás volverán a amar.

John Donne.

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